Introducción
Uno de los temas más
interesantes al que podemos enfrentarnos como maestros lo constituye la
reflexión sobre el juego infantil, de modo que su comprensión nos ayudará a
desarrollar nuestro trabajo en el aula de una manera mucho más efectiva.
Pedagogos y psicólogos reiteran una y otra vez que el juego infantil es una
actividad mental y física esencial que favorece el desarrollo del niño de forma
integral y armoniosa. Mediante los juegos, los niños consiguen entrar en
contacto con el mundo y tener una serie de experiencias de forma placentera y
agradable. Jugar es investigar, crear, conocer, divertirse, descubrir,
esto es, la expresión de todas las inquietudes, ilusiones, fantasías, que un
niño necesita desarrollar para convertirse en adulto.
El juego como
fenómeno cultural
Desde que el
historiador holandés Huizinga escribió en 1938 su famoso libro Homo
ludens, al que Ortega y Gasset calificó como «libro egregio», todo el
entramado del saber conoce que el juego es para el hombre en general un
elemento tan importante como el trabajo intelectual o el fabril. En cierto
modo, Huizinga se apoyó en una idea orteguiana, la del sentido deportivo de la
vida, y reconstruyó una imagen del hombre, distante del ‘homo sapiens’ así como
del ‘homo faber’, a la que denominó ‘homo ludens’.
En su obra, Huizinga
se alejó de las consideraciones biológicas, etnológicas y psicológicas del
juego que predominaban en el pensamiento de su época y dejó fijado para la
posteridad la idea dominante en nuestro tiempo entre psicólogos, pedagogos,
maestros y toda la sociedad en general: el juego es un fenómeno cultural, una
actividad libre y desinteresada: «Jugando —escribía Huizinga—, fluye el espíritu
creador del lenguaje constantemente de lo material a lo pensado. Tras cada
expresión de algo abstracto hay una metáfora y, tras ella, un juego de
palabras».
Así pues, en este
breve artículo me propongo desarrollar una idea esencial en Huizinga: la cultura
surge en forma de juego; la cultura, al principio, se juega. Por eso, Homo
ludens liga el juego a la poesía, a la filosofía, al arte, al saber,
al derecho, etc., y plantea con sumo interés una pregunta esencial: ¿En qué
medida la cultura que vivimos se desarrolla en forma de juego? ¿En qué medida
el espíritu lúdico inspira a los hombres que viven la cultura?
Esa pregunta es
primordial para un maestro porque tal sedimento cultural impregna el espíritu
del niño y las formas como mejor se manifiesta son todas ellas formas de
carácter lúdico. Por eso, el juego presenta un sinfín de posibilidades
educativas que contribuye a la mejora del niño como ser humano. El juego va
evolucionando conforme se van desarrollando las edades más tempranas del niño,
del mismo modo que lo hizo la propia cultura humana, que, en sus fases
primarias, tuvo en cada organización social algo de lúdica, pues se desarrolló
en las formas y con el ánimo de un juego.
VALOR DEL JUEGO EN EL
DESARROLLO DE LA INTELIGENCIA
Un maestro tendrá que
comprender esos momentos evolutivos: comprender el parangón entre el juego
infantil y la cultura como forma de juego. En efecto; lo primero que el docente
debe tener en cuenta es que el juego constituye la actividad fundamental del
niño y que, gracias a esa actividad, los niños consiguen convertir la fantasía
en realidad. El juego es un modo de expresión importantísimo en la infancia,
una forma de expresión, una especie de lenguaje, la metáfora de Huizinga, por
medio de la cual el niño exterioriza de una manera desenfadada su personalidad.
Por esta razón el juego es una actividad esencial para que el niño se
desarrolle física, psíquica y socialmente. El niño necesita jugar no sólo para
tener placer y entretenerse sino también, y este aspecto es muy importante,
para aprender y comprender el mundo.
Lo mismo que
Huizinga, al interrogar al ‘Homo ludens’, identificaba la cultura con el
fundamento del juego, muchos psicólogos y pedagogos han tratado de resolver
cuestiones paralelas que surgen en la época de la infancia: ¿Por qué juega el
niño?, ¿Por qué es tan importante el juego para el desarrollo del niño? Creo
que la mejor respuesta fue ofrecida por Piaget: el juego infantil es una
actividad cultural que desarrolla la inteligencia. De esta forma, los juegos manipulativos,
simbólicos y de reglas responden a los tres niveles de la estructura del
pensamiento: sensoriomotor, representativo y reflexivo. Así pues, la cultura,
aliada con la inteligencia, se comportan en el período inicial de la vida como
formas lúdicas.
EL JUEGO Y LA
EDUCACIÓN
La introducción del
juego en el mundo de la educación es una situación relativamente reciente. Hoy
en día, el juego desarrolla un papel determinante en la escuela y contribuye
enormemente al desarrollo intelectual, emocional y físico. A través del juego,
el niño controla su propio cuerpo y coordina sus movimientos, organiza su
pensamiento, explora el mundo que le rodea, controla sus sentimientos y
resuelve sus problemas emocionales, en definitiva se convierte en un ser social
y aprende a ocupar un lugar dentro de su comunidad.
En este sentido, la
actividad mental en el juego es continua y, por eso, el juego implica creación,
imaginación, exploración y fantasía. A la vez que el niño juega, crea cosas,
inventa situaciones y busca soluciones a diferentes problemas que se le
plantean a través de los juegos. El juego favorece el desarrollo intelectual.
El niño aprende a prestar atención en lo que está haciendo, a memorizar, a
razonar, etc. A través del juego, su pensamiento se desarrolla hasta lograr ser
conceptual, lógico y abstracto.
Mediante el juego, el
niño también desarrolla sus capacidades motoras mientras corre, salta,
trepa, sube o baja y, además, con la incorporación a un grupo se facilita el
desarrollo social, la relación y cooperación con los demás así como el respeto
mutuo. Más aún: al relacionarse con otros niños mediante el juego, se
desarrolla y se perfecciona el lenguaje. Los juegos con los que el niño asume
un rol determinado y donde imita y se identifica con los distintos papeles de
los adultos influyen de una manera determinante en el aprendizaje de actitudes,
comportamientos y hábitos sociales. Tanto la capacidad de simbolizar como la de
representar papeles le ayuda a tener seguridad en sí mismo, a autoafirmarse,
acrecentando, además, la comunicación y el mantenimiento de relaciones
emocionales. Por tanto, la metáfora de Huizinga y el símbolo de Piaget se aúnan
en el juego infantil.
EL JUEGO, EL RECURSO
EDUCATIVO POR EXCELENCIA
Teniendo en cuenta
todas las razones explicadas anteriormente, podemos declarar que «el juego es
el recurso educativo por excelencia» para la infancia. El niño se siente
profundamente atraído y motivado con el juego, cuestión que debemos aprovechar
como educadores para plantear nuestra enseñanza en el aula.
Siguiendo el proceso
evolutivo del niño, debemos contribuir a facilitar la madurez y formación de su
personalidad a través de distintos juegos funcionales que pueden ir ayudando a
que el niño logre su coordinación psicomotriz, su desarrollo y
perfeccionamiento sensorial y perceptivo, su ubicación en el espacio y en el
tiempo.
Todo ello exige un
ambiente propicio no sólo en la clase, sino también dentro del entorno
familiar. Este ambiente requiere espacios, tiempos, material (no sólo juguetes,
sino otros recursos) y la presencia de algún adulto conocedor de su papel.
EL MAESTRO Y SU ROL
EN EL JUEGO EN LA ESCUELA
Nuestro rol como
maestros debe ser de animador del juego o incluso de un jugador más. Si nos
queremos convertir en «directores» del juego, en personas «adultas y serias»,
que mandan, organizan y disponen, jamás lograremos un clima adecuado, donde el
niño se exprese de manera autónoma y libre mediante el juego. Esto no significa
que debamos dejar a nuestros alumnos solos, sino que debemos orientarlos,
darles ideas y animarlos, con el propósito de que, en sus períodos de juego,
los niños encuentren en sus maestros a alguien al que pueden acudir de una
forma algo más distendida. Para ello, el maestro debería tener en cuenta, en su
rol de «animador-estimulador» del juego, una serie de elementos:
1. Diseño de espacios
del juego
El profesor debe
facilitar al alumno las mejores condiciones posibles para el juego y debe ser
capaz de organizar el ambiente del mismo. El espacio ambiental será lo más
seguro, estable y tranquilo que sea posible. El aula se estructurará en
espacios lúdicos que posibiliten el juego espontáneo y libre, el juego en
pequeños grupos y el juego entre todos, siempre con unas determinadas reglas y
propósitos educativos. Además, el niño también necesita jugar y aprender al
aire libre, por lo que tendremos en cuenta las condiciones del patio escolar,
los espacios verdes de la zona donde se encuentre ubicada la escuela, los
distintos espacios culturales de la zona.
2. Materiales para el
juego
Los materiales
lúdicos que van a utilizar nuestros alumnos deben ser estudiados y
seleccionados cuidadosamente. El juguete es una especie de «pretexto» que
debemos tener en cuenta. Seleccionaremos materiales lúdicos que favorezcan el
pensamiento divergente y la creatividad de los estudiantes como pueden ser los
puzles, ábacos, marionetas, cuentos, canciones.
3. Estructuración y
organización de los tiempos de juego
Todo niño debe
desarrollar tanto el juego libre como el juego organizado, debe jugar
individualmente y en grupo. Diversas investigaciones señalan que el juego entre
dos niños dura más tiempo y es más productivo que el individual o el de tres o
más niños; sin embargo, debemos añadir que el juego espontáneo e individual se
enriquece con las aportaciones y experiencias que aporta el juego colectivo.
Por tanto, el maestro debe estructurar y organizar el tiempo para cada
tipo de juego que utilice en su clase.
4. Actitudes del
maestro respecto al juego
El maestro debe procurar
desarrollar una serie de actitudes en su papel de animador del juego. Debe
adquirir una posición de discreción y hábil observador y conductor del juego,
descubriendo las actitudes y capacidades de los alumnos. Esto implicará:
- Una gran capacidad
para aceptar las expresiones y respuestas erróneas del niño, justificándolas,
cuando se produzcan, como algo normal dentro del proceso de maduración y
desarrollo del niño;
- La creación de un
clima relajado sin tensiones y permisivo: el niño debe trabajar en un ambiente
de libertad pero con el firme respeto hacia las normas; no debe sentirse
sometido ni mucho menos obligado. El maestro debe crear una relación amistosa
con el niño, pero siempre guardando las distancias, es decir, teniendo muy presente
que el alumno se tiene que sentir como lo que es y tiene que ver al maestro
como un adulto que se encarga de su educación;
- Una actitud
permanente de escucha y diálogo: el maestro debe mantenerse abierto a todo y a
todos, estando dispuesto a desarrollar la comunicación y comprensión del niño;
- No anticipar las
soluciones: debe dejar que el niño las descubra por sí mismo y estimular al
alumno a que averigüe e invente; de esta manera, la motivación e implicación
del niño en el juego es mayor y el aprendizaje mucho más significativo;
- No acelerar el
desarrollo del juego: se trata de respetar la secuencia del juego. El maestro
no debe instigar al niño a acelerar de forma desmedida su proceso de evolución;
- Ofrecer
posibilidades de éxito: el niño necesita incentivo y aprobación; situaciones
que le permitan mejorar su autoestima, que demuestren al niño de que es un
persona «capaz»;
- La acogida de
preguntas, ideas y sugerencias, ofreciendo al niño oportunidades de ensayar,
experimentar y poner en práctica sus iniciativas.
En suma, debemos
hacer una profunda reflexión sobre el tremendo potencial educativo que poseen
los juegos y cómo éstos son una herramienta fundamental para las actividades de
enseñanza-aprendizaje en la escuela, pues constituyen una de las mejores e
importantes fuentes de aprendizaje motivando a los niños y haciendo que
aprendan sin ni siquiera darse cuenta. Este es todo el sentido de la conjunción
de la cultura y la inteligencia como formas lúdicas que intervienen en el
proceso de enseñanza aprendizaje.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS
ALLER MARTÍNEZ,
Carlos (1991): Juegos y actividades de lenguaje oral: procesos didácticos. Ed.
Marfil, Alcoy.
BERNABEU, Natalia
(2009): Creatividad y aprendizaje: el juego como herramienta pedagógica.
Eds. Narcea, Madrid.
CAMPOS
ROMERA Josefa (1993): Yo juego, ¿y tú?: método de lectoescritura
para niños con dificultades de aprendizaje. Ed. Aljibe, Málaga.
COBURN-STAEGE, Úrsula
(1980): Juego y aprendizaje: teoría y praxis para enseñanza básica y
preescolar. Eds. de la Torre, Madrid.
HUIZINGA, Johan
(1990): Homo ludens. Alianza Ed., Madrid.
PIAGET, Jean
(1991): La formación del símbolo en el niño: imitación, juego y sueño.
Imagen y representación. FCE, México, D. F
Por Eduardo Crespillo Álvarez
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