martes, 26 de enero de 2016
Autismo-Diario de una madre-: TERAPIA OCUPACIONAL-INTEGRACION SENSORIAL
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lunes, 25 de enero de 2016
domingo, 10 de enero de 2016
APRENDIZAJE COOPERATIVO Y EDUCACIÓN INCLUSIVA: UNA FORMA PRÁCTICA DE APRENDER JUNTOS ALUMNOS DIFERENTES
INTRODUCCIÓN
Frente al
dilema constante entre una escuela que selecciona previamente a su alumnado
para ajustar mejor la intervención educativa a las características del mismo, y
entre una escuela que basa fundamentalmente su potencial educativo en el hecho
de que sea inclusiva, que no excluya a nadie, me decanto decididamente por la
segunda, puesto que representa el medio más eficaz para combatir las ideas
discriminatorias –meta cada vez más importante en el mundo actual-, para crear
comunidades que acojan abiertamente a todo el mundo, sea cual sea su país y su
cultura de origen, en una sociedad inclusiva, y, además, a través de ella se
logra una educación integral para todos, tal como se dijo con absoluta claridad
en la Conferencia Mundial sobre necesidades educativas especiales: acceso y
calidad, organizada por la UNESCO y celebrada en Salamanca el año 1994.
Y
decantarse decididamente por la segunda de estas opciones, por una escuela inclusiva.
Efectivamente, educación inclusiva y, más concretamente, escuelas y aulas
inclusivas, por una parte, y aprendizaje cooperativo, por otra, son dos
conceptos distintos pero estrechamente relacionados:
¿Cómo
tendré ocasión de demostrar la única manera de atender juntos en una misma aula
a alumnos diferentes? Tal como exige la opción por una escuela inclusiva, es
introducir en ella una estructura de aprendizaje cooperativa, en detrimento de
una estructura individualista o competitiva, aún dominante en las aulas
actualmente.
¿Cómo pueden progresar en su aprendizaje alumnos
“diferentes” a la mayoría de los que asisten a una escuela (diferentes por
varios motivos: porque tienen alguna discapacidad, porque son de culturas
distintas y no dominan la lengua predominante, porque pertenecen a un entorno
social marginado…) en un aula en la cual cada uno trabaja solo en su pupitre y
en la cual el profesor o la profesora debe atender individualmente a sus
estudiantes tan “diversos” unos de otros?
¿Cómo pueden progresar estos alumnos “diferentes” en un
aula en la cual los estudiantes compiten entre ellos para lograr ser el
primero, el mejor, sea como sea? Sólo pueden aprender juntos alumnos diferentes
(en capacidad, interés, motivación, cultura, lengua, origen social…) en una
clase organizada cooperativamente, en la cual todos colaboran y cooperan, se
ayudan, para alcanzar el objetivo común de progresar en el aprendizaje, cada
uno hasta el máximo de sus posibilidades.
¿Y no puede haber propiamente cooperación –con el
desarrollo de la solidaridad y el respecto a las diferencias que la cooperación
supone, como también veremos , si previamente se han excluido de un aula a los
que son “diferentes”, si el aula no es inclusiva? ¿Cómo aprenderán a cooperar y
a respetar las diferencias, en definitiva, a convivir, en una sociedad
inclusiva y en comunidades integradoras, alumnos con características personales
distintas, con discapacidad y sin discapacidad, con una cultura u otra… si han
sido educados en escuelas o aulas separadas? Tal como defiende la UNESCO, las
escuelas ordinarias con una orientación inclusiva, con una pedagogía centrada
en los niños y las niñas y basada en la cooperación, tanto entre los maestros y
maestras a la hora de enseñar, como entre los alumnos y las alumnas a la hora
de aprender, son el medio más eficaz para una educación integral para todos.
ESCUELAS Y
AULAS INCLUSIVAS
En lugar
de sistemas educativos, escuelas y aulas diferenciadas en función de las
características de los alumnos a los cuales se pretende educar, debemos apostar
por sistemas educativos, escuelas y aulas inclusivas. Sin embargo, si se hace
esta opción no se puede seguir enseñando y educando como se hacía en un
sistema, una escuela y unas aulas selectivas. La atención a la diversidad del
alumnado en una escuela inclusiva es un problema complejo que requiere una
pedagogía también más compleja.
Una
escuela, y un aula, inclusiva es aquella en la cual pueden aprender, juntos,
alumnos diferentes. Así de simple. De todas maneras, si no la matizamos, es una
definición vacía de contenido, que en realidad no dice nada… Efectivamente, en
todos los centros, y en todas las aulas, hay alumnos diferentes y no por eso
podemos decir que todos los centros, ni todas las aulas, son inclusivos.
Maticemos, pues, esta definición.
Cuando
digo alumnos “diferentes” quiero decir alumnos diferentes aunque sean “muy
diferentes”, es decir, me refiero también a alumnos que tengan alguna discapacidad,
por grave que sea, que hace que necesiten recursos no corrientes –que no
necesitan la mayoría de alumnos– para conseguir las cotas más altas posibles en
su desarrollo. Por lo tanto, también nos referimos a los estudiantes que tienen
una discapacidad psíquica grave y permanente y a los que muestran graves
problemas de conducta. Dicho de otra manera, aún más clara si cabe: nos
referimos a una escuela que no excluye absolutamente a nadie, porqué no hay
distintas categorías de alumnos que requieran diferentes categorías de centros.
Es
suficiente que haya escuelas –sin ningún tipo de adjetivos– que acojan a todo
el mundo, porque sólo hay una sola categoría de alumnos - sin ningún tipo de
adjetivos– que, evidentemente, son diferentes entre sí. En una escuela inclusiva
sólo hay alumnos, a secas, no hay alumnos corrientes y alumnos especiales, sino
simplemente alumnos, cada uno con sus características y necesidades propias. La
diversidad es un hecho natural, es la normalidad: lo más normal es que seamos diferentes
(afortunadamente...).
Y cuando
digo “juntos”, quiero decir que deben aprender, juntos, alumnos diferentes, aunque
sean muy diferentes, no sólo en la misma escuela, sino en una misma aula, tantos
alumnos como sea posible, tanto tiempo como sea posible, participando tanto como
sea posible en las mismas actividades de enseñanza y aprendizaje comunes.
Quizás sea
necesario –como es necesario, por otra parte, con muchos otros estudiantes– que
alguien sea atendido de una forma más individual para satisfacer alguna
necesidad educativa específica (recuperación logopedica o psicomotriz, por
ejemplo), pero el lugar ordinario donde deben ser atendidos todos los alumnos
es el aula común, al lado de sus compañeros de la misma edad. No sólo la
escuela debe ser inclusiva, sino también cada una de sus aulas: escuelas y
aulas inclusivas, donde puedan aprender juntos alumnos diferentes, a pesar de
que sean muy diferentes...
La
educación inclusiva –según Susan Bray Stainback (2001)– es el proceso por el
cual se ofrece a todos los niños y niñas, sin distinción de la capacidad, la
raza o cualquier otra diferencia, la oportunidad de continuar siendo miembros
de la clase ordinaria y para aprender de, y con, sus compañeros, dentro del
aula. Un aula inclusiva no acoge sólo a aquellos cuyas características y
necesidades se adaptan a las características del aula y a los recursos
disponibles, sino que es inclusiva precisamente porque acoge a todos los que
acuden a ella, independientemente de sus características y necesidades, y es
ella la que se adapta –con los recursos materiales y humanos que hagan falta-
para atender adecuadamente a todos los estudiantes. Se trata de un cambio
radical: la pedagogía está centrada en el niño y es la escuela que debe
adaptarse, en lugar de estar centrada en la escuela y que sea el niño que se
adapte a ella…
Las
escuelas inclusivas se basan en este principio: todos los niños y niñas,
incluso los que tienen discapacidades más severas, han de poder asistir a la
escuela de su comunidad con el derecho garantizado de estar ubicados en una
clase común. Se pueden contemplar otras alternativas, pero sólo eventualmente y
cuando se hayan hecho todos los esfuerzos para hacer factible su atención en la
clase común, y siempre que estas alternativas representen claramente un mejor
beneficio para el alumno. “Como resultado, los estudiantes con necesidades
especiales o discapacitados van a la escuela donde irían si no fuesen
discapacitados y van a una clase común, con los compañeros de su misma edad.”
(Porter, 2001, pàg. 7).
Partiendo
de esta base, la pregunta clave es la siguiente: ¿Qué podemos hacer para todos los
alumnos, que son diversos, para que aprendan al máximo de sus posibilidades?
(En lugar de preguntarnos: ¿Qué podemos hacer para los alumnos “diversos” para
que aprendan, además de lo que ya hacemos para los “no diversos”?).
TRES VÍAS
DE TRABAJO COMPLEMENTARIAS PARA QUE PUEDAN APRENDER JUNTOS ALUMNOS DIFERENTES
Así pues,
si queremos llegar hasta el final en el proceso de inclusión de alumnos con alguna
discapacidad, debemos desarrollar lo que podemos denominar Estrategias para la
atención a la diversidad dentro del aula, que permitan que todos los alumnos,
tengan o no alguna discapacidad, participen en las mismas actividades de
enseñanza y aprendizaje. Estas estrategias, en su conjunto, conforman un
dispositivo pedagógico complejo, en el centro y en el aula, que de forma
natural posibilite y fomente la interacción entre todos los estudiantes. Se
trata, ni más ni menos, de articular, dentro de cada aula inclusiva, un
dispositivo pedagógico basado en tres puntales:
1. La personalización de la enseñanza: es
decir, la adecuación, el ajuste, de lo que enseñamos, y cómo lo enseñamos, a
las características personales de los estudiantes.
Los
alumnos no son iguales (tienen diferentes motivaciones, diferentes capacidades,
ritmos de aprendizaje distintos, etc.) y, por lo tanto, no podemos enseñarles
como si fueran iguales, ni dirigirnos al cincuenta por ciento que conforman el
término medio, dejando de lado al veinticinco por ciento de los dos extremos.
Se trata de una serie de estrategias y recursos relacionados con la
“Programación Multinivel”, o “Programación Múltiple”, que consiste en la
utilización de múltiples formas de comunicar los conocimientos y presentar las
actividades, múltiples actividades de enseñanza y aprendizaje, múltiples formas
de evaluar…, que se ajusten a las múltiples formas de ser y aprender de los
alumnos de un mismo grupo de clase.
2. La autonomía de los alumnos y alumnas
(estrategias de autorregulación del aprendizaje).
Cuantos
más alumnos tengamos que sean autónomos, o como mínimo más autónomos, a la hora
de aprender, más tiempo podremos dedicar a los que de entrada son menos
autónomos. No obstante, estas estrategias se pueden enseñar de forma explícita
(de modo que los estudiantes aprendan a aprender) y conseguir, por lo tanto,
que haya más alumnos en las clases que dependan menos de sus maestros, para que
éstos tengan más tiempo para ayudar a los menos autónomos.
3. La estructuración cooperativa del
aprendizaje.
Estructurar
la clase de manera que el maestro o la maestra no sean los únicos que
“enseñan”, sino que también los alumnos, en pequeños equipos de trabajo
cooperativo, sean capaces de “enseñarse “mutuamente, de cooperar y ayudarse a
la hora de aprender.
Este
dispositivo pedagógico complejo, formado por la combinación de distintas estrategias
relacionadas con estos tres puntales, permite sin duda que, en algunas actividades
como mínimo (y en tantas como sea posible) también puedan participar los alumnos
con alguna discapacidad, a pesar de la gravedad de la misma. Si bien son tres tipos
de estrategias que pueden darse de forma aislada, independientemente unas de otras,
se trata de desarrollar un programa didáctico inclusivo que englobe, de forma integrada,
dentro del aprendizaje cooperativo, las otras estrategias citadas
anteriormente, relacionadas con la personalización de la enseñanza y la
autonomía de los alumnos. Por otra parte, se trata de una forma cooperativa de
organizar y estructurar la clase que se opone radicalmente a las otras dos
formas de organizarla y estructurarla, que, aún hoy, son las más habituales (la
estructura de aprendizaje individualista y la estructura de aprendizaje
competitiva).
EL APRENDIZAJE COOPERATIVO Y SUS VENTAJAS
Potencia
el aprendizaje de todos los alumnos, no sólo de los contenidos referidos a
actitudes, valores y normas, sino también de los demás contenidos (tanto de
conceptos como de procedimientos). Y no sólo de los alumnos que tienen más problemas
por aprender, sino también de aquellos que están más capacitados para aprender.
Facilita,
también, la participación activa de todos los estudiantes, en el proceso de
enseñanza y aprendizaje, acentuando su protagonismo en este proceso. Esto, sin
duda, contribuye a crear un clima del aula mucho más favorable para el
aprendizaje de todos los alumnos.
Por otra
parte, facilita la integración, y la interacción, de los alumnos corrientes con
los alumnos integrados, de modo que entre ellos se da una relación más intensa
y de mayor calidad.
LA
ESTRUCTURA DE LA ACTIVIDAD Y EL APRENDIZAJE COOPERATIVO
La
estructura de la actividad
Entendemos
por estructura de la actividad el conjunto de elementos y de operaciones que se
suceden en el desarrollo de la actividad que, según como se combinan entre sí y
la finalidad que con ellas se persigue, producen un determinado efecto entre
los participantes: el individualismo, la competitividad o la cooperación
(Johnson, 1981).
En una estructura
individualista de la actividad los alumnos trabajan individualmente, sin
interactuar para nada con sus compañeros para no romper el ritmo de trabajo de
cada uno, y sin fijarse en lo que hacen los demás; sólo interactúan con el
profesor o la profesora, que es quien resuelve sus dudas o los problemas que
vayan surgiendo en la realización de los ejercicios. Se espera de ellos que
aprendan lo que el profesor les enseña, y consiguen este objetivo
independientemente de que lo consigan sus compañeros. Es decir, que uno aprenda
lo que se le enseña no depende, es independiente, de que lo consigan los demás.
El efecto o “movimiento” que esta estructura provoca es la “individualidad”
entre los estudiantes a la hora de aprender.
En una estructura
de la actividad competitiva los alumnos también trabajan individualmente,
pero en este caso sí se fijan en lo que hacen sus compañeros: si un estudiante
ve que su “rival” ya está haciendo el tercer ejercicio cuando él está aún en el
primero, se pone nervioso, porque teme que le “ganará”. Se espera de los
alumnos que aprendan lo que el profesor o la profesora les enseña, pero –de
alguna forma, más o menos explícita– se espera que lo aprendan antes que los
demás, más que los demás… Los alumnos consiguen este objetivo si, y sólo si,
los demás no lo consiguen. El efecto o “movimiento” que esta estructura provoca
es la “competitividad” entre los estudiantes a la hora de aprender.
En cambio,
en una estructura de la actividad cooperativa los alumnos y las alumnas
están distribuidos en pequeños equipos de trabajo, heterogéneos, para ayudarse
y animarse mutuamente a la hora de realizar los ejercicios y las actividades de
aprendizaje en general. Se espera de cada alumno, no sólo que aprenda lo que el
profesor o la profesora les enseña, sino que contribuya también a que lo
aprendan sus compañeros y compañeras
del equipo. El efecto o el “movimiento” que esta estructura provoca es la
“cooperatividad” entre los estudiantes en el acto de aprender.
Así pues,
una estructura de la actividad cooperativa lleva a los alumnos a contar unos
con otros, a colaborar, a ayudarse mutuamente a lo largo del desarrollo de la
actividad. Todo lo contrario que una estructura de la actividad individualista,
en la cual cada uno va a lo suyo prescindiendo de los demás, y todo lo contrario
que una estructura de la actividad competitiva, que conduce a que los alumnos
rivalicen entre ellos por ser el primero que acaba la tarea, o el que sabe
mejor lo que el profesor les enseña, y, por lo tanto, a no ayudarse unos a
otros sino todo lo contrario, a ocultarse información, a guardar celosamente la
respuesta correcta de una cuestión, las soluciones de un problema, o la forma
de resolverlo. Como ha mostrado la investigación, ello supone potencialidades
tanto desde el punto de vista de la socialización de los alumnos y alumnas como
desde el punto de vista de la mejora de su aprendizaje y rendimiento escolar
(véase, por ejemplo, Coll y Colomina, 1990).
Las
estructuras (de la actividad) cooperativas, según Spencer Kagan
De una
forma más operativa, podemos decir que una estructura cooperativa de la
actividad corresponde a una determinada forma de organizar las sucesivas
operaciones que los alumnos deben seguir en el momento de llevar a cabo una
cierta actividad o tarea, de modo que se asegure al máximo lo que Spencer Kagan
(1999) denomina la participación equitativa y la interacción
simultánea.
Participación
Equitativa
Según
Kagan, no podemos esperar que la participación equitativa o igualitaria de los
estudiantes surja espontáneamente –no forzada por ninguna “estructura”– dentro
de los equipos. Por ejemplo, un profesor que propone a sus alumnos que trabajen
en equipo puede estar satisfecho sólo porque los estudiantes discuten de forma
“desestructurada” algo en el equipo (el modo de resolver un problema o de hacer
alguna actividad…). Esta participación “desestructurada” –en este caso, en
forma de discusión– no garantiza, sin embargo, que dicha participación sea
equitativa para todos los miembros de un equipo: los que, seguramente, más necesidad
tienen de verbalizar su punto de vista pueden ser los que menos oportunidades
tengan de ello, precisamente porque los que quizás menos lo necesitan
monopolicen prácticamente toda la participación. Dejar la igualdad de
participación en manos de los estudiantes es hacerse falsas ilusiones y casi
siempre acaba en participación desigual. En este sentido, las estructuras
cooperativas de Kagan u otras estructuras similares garantizan la participación
–igualitaria o equitativa hasta cierto punto– de todos los miembros de un
equipo.
Interacción
Simultánea
Spencer
Kagan define la Interacción Simultánea como el porcentaje de miembros de un
equipo abiertamente comprometidos en su aprendizaje en un momento dado,
interactuando a la vez, simultáneamente. En un equipo de cuatro miembros
siempre habrá más interacción simultánea que en un equipo de cinco o de tres.
Si el número de componentes de un equipo es impar (tres o cinco) es mucho más
probable que haya alguno que, en un momento dado, no interaccione con otro y quede
al margen de la actividad.
¿QUÉ
ENTENDEMOS POR APRENDIZAJE COOPERATIVO?
A partir
de la definición de aprendizaje cooperativo de Johnson, Johnson y Holubec,
(1999) y teniendo en cuenta las aportaciones de Spencer Kagan (1999) a las que
nos acabamos de referir, el aprendizaje cooperativo es el uso didáctico de
equipos reducidos de alumnos, generalmente de composición heterogénea en
rendimiento y capacidad aunque ocasionalmente pueden ser más homogéneos,
utilizando una estructura de la actividad tal que asegure al máximo la participación
equitativa (para que todos los miembros del equipo tengan las mismas
oportunidades de participar) y potencie al máximo la interacción simultánea entre
ellos, con la finalidad de que todos los miembros del equipo aprendan los
contenidos propuestos, cada uno hasta el máximo de sus posibilidades, y
aprendan, además, a trabajar en equipo.
Los
docentes saben por experiencia que la simple consigna de que los alumnos y las
alumnas hagan las actividades propuestas en equipo, entre todos –no
individualmente–, no es suficiente. Generalmente, cuando procedemos de esta
manera, un alumno o una alumna suele tomar la iniciativa y dice a los demás qué
hay que hacer y cómo, en el mejor de los casos, y, en el peor, lo hace y deja
que los demás lo copien. Como máximo, otra estrategia utilizada frecuentemente
por los estudiantes cuando se les dice que hagan algo en equipo es repartirse
más o menos equitativamente el trabajo y hacer luego cada uno su parte.
Por lo
tanto, hay que intervenir educativamente para que todos los alumnos y todas las
alumnas participen (participación equitativa) e interactúen (interacción
simultánea). Para ello debemos disponer de distintas «estructuras de la
actividad cooperativas».
Estas
estructuras cooperativas de la actividad son muy útiles y prácticamente
imprescindibles, según hemos podido constatar en numerosas experiencias, puesto
que su utilización garantiza, en cierto modo, la interacción entre todos los
miembros de un equipo a la hora de trabajar juntos, así como la participación
más activa de todos ellos en la realización de las actividades propuestas.
Por: Pere Pujolàs, Universidad de
Vic. 2009
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
Pujolàs,
P. y Lago, J.R. (2011). El asesoramiento para la transformación de las aulas en
escenarios cooperativos. En E. Martin y J. Onrubia (Coords): Orientación educativa y procesos de
innovación y mejora de la enseñanza, (pp. 121-142). Barcelona: Graó 4
compañeras del equipo. El efecto o el “movimiento” que esta estructura provoca
es la “cooperatividad” entre los estudiantes en el acto de aprender.
Pujolàs,
P. y Lago, J.R. (2011). El asesoramiento para la transformación de las aulas en
escenarios cooperativos. En E. Martin y J. Onrubia (Coords): Orientación educativa y procesos de
innovación y mejora de la enseñanza, (pp. 121-142). Barcelona: Graó 5
Pujolàs,
P. y Lago, J.R. (2011). El asesoramiento para la transformación de las aulas en
escenarios cooperativos. En E. Martin y J. Onrubia (Coords): Orientación educativa y procesos de
innovación y mejora de la enseñanza, (pp. 121-142). Barcelona: Graó 6
EL JUEGO COMO ACTIVIDAD DE ENSEÑANZA-APRENDIZAJE
Introducción
Uno de los temas más
interesantes al que podemos enfrentarnos como maestros lo constituye la
reflexión sobre el juego infantil, de modo que su comprensión nos ayudará a
desarrollar nuestro trabajo en el aula de una manera mucho más efectiva.
Pedagogos y psicólogos reiteran una y otra vez que el juego infantil es una
actividad mental y física esencial que favorece el desarrollo del niño de forma
integral y armoniosa. Mediante los juegos, los niños consiguen entrar en
contacto con el mundo y tener una serie de experiencias de forma placentera y
agradable. Jugar es investigar, crear, conocer, divertirse, descubrir,
esto es, la expresión de todas las inquietudes, ilusiones, fantasías, que un
niño necesita desarrollar para convertirse en adulto.
El juego como
fenómeno cultural
Desde que el
historiador holandés Huizinga escribió en 1938 su famoso libro Homo
ludens, al que Ortega y Gasset calificó como «libro egregio», todo el
entramado del saber conoce que el juego es para el hombre en general un
elemento tan importante como el trabajo intelectual o el fabril. En cierto
modo, Huizinga se apoyó en una idea orteguiana, la del sentido deportivo de la
vida, y reconstruyó una imagen del hombre, distante del ‘homo sapiens’ así como
del ‘homo faber’, a la que denominó ‘homo ludens’.
En su obra, Huizinga
se alejó de las consideraciones biológicas, etnológicas y psicológicas del
juego que predominaban en el pensamiento de su época y dejó fijado para la
posteridad la idea dominante en nuestro tiempo entre psicólogos, pedagogos,
maestros y toda la sociedad en general: el juego es un fenómeno cultural, una
actividad libre y desinteresada: «Jugando —escribía Huizinga—, fluye el espíritu
creador del lenguaje constantemente de lo material a lo pensado. Tras cada
expresión de algo abstracto hay una metáfora y, tras ella, un juego de
palabras».
Así pues, en este
breve artículo me propongo desarrollar una idea esencial en Huizinga: la cultura
surge en forma de juego; la cultura, al principio, se juega. Por eso, Homo
ludens liga el juego a la poesía, a la filosofía, al arte, al saber,
al derecho, etc., y plantea con sumo interés una pregunta esencial: ¿En qué
medida la cultura que vivimos se desarrolla en forma de juego? ¿En qué medida
el espíritu lúdico inspira a los hombres que viven la cultura?
Esa pregunta es
primordial para un maestro porque tal sedimento cultural impregna el espíritu
del niño y las formas como mejor se manifiesta son todas ellas formas de
carácter lúdico. Por eso, el juego presenta un sinfín de posibilidades
educativas que contribuye a la mejora del niño como ser humano. El juego va
evolucionando conforme se van desarrollando las edades más tempranas del niño,
del mismo modo que lo hizo la propia cultura humana, que, en sus fases
primarias, tuvo en cada organización social algo de lúdica, pues se desarrolló
en las formas y con el ánimo de un juego.
VALOR DEL JUEGO EN EL
DESARROLLO DE LA INTELIGENCIA
Un maestro tendrá que
comprender esos momentos evolutivos: comprender el parangón entre el juego
infantil y la cultura como forma de juego. En efecto; lo primero que el docente
debe tener en cuenta es que el juego constituye la actividad fundamental del
niño y que, gracias a esa actividad, los niños consiguen convertir la fantasía
en realidad. El juego es un modo de expresión importantísimo en la infancia,
una forma de expresión, una especie de lenguaje, la metáfora de Huizinga, por
medio de la cual el niño exterioriza de una manera desenfadada su personalidad.
Por esta razón el juego es una actividad esencial para que el niño se
desarrolle física, psíquica y socialmente. El niño necesita jugar no sólo para
tener placer y entretenerse sino también, y este aspecto es muy importante,
para aprender y comprender el mundo.
Lo mismo que
Huizinga, al interrogar al ‘Homo ludens’, identificaba la cultura con el
fundamento del juego, muchos psicólogos y pedagogos han tratado de resolver
cuestiones paralelas que surgen en la época de la infancia: ¿Por qué juega el
niño?, ¿Por qué es tan importante el juego para el desarrollo del niño? Creo
que la mejor respuesta fue ofrecida por Piaget: el juego infantil es una
actividad cultural que desarrolla la inteligencia. De esta forma, los juegos manipulativos,
simbólicos y de reglas responden a los tres niveles de la estructura del
pensamiento: sensoriomotor, representativo y reflexivo. Así pues, la cultura,
aliada con la inteligencia, se comportan en el período inicial de la vida como
formas lúdicas.
EL JUEGO Y LA
EDUCACIÓN
La introducción del
juego en el mundo de la educación es una situación relativamente reciente. Hoy
en día, el juego desarrolla un papel determinante en la escuela y contribuye
enormemente al desarrollo intelectual, emocional y físico. A través del juego,
el niño controla su propio cuerpo y coordina sus movimientos, organiza su
pensamiento, explora el mundo que le rodea, controla sus sentimientos y
resuelve sus problemas emocionales, en definitiva se convierte en un ser social
y aprende a ocupar un lugar dentro de su comunidad.
En este sentido, la
actividad mental en el juego es continua y, por eso, el juego implica creación,
imaginación, exploración y fantasía. A la vez que el niño juega, crea cosas,
inventa situaciones y busca soluciones a diferentes problemas que se le
plantean a través de los juegos. El juego favorece el desarrollo intelectual.
El niño aprende a prestar atención en lo que está haciendo, a memorizar, a
razonar, etc. A través del juego, su pensamiento se desarrolla hasta lograr ser
conceptual, lógico y abstracto.
Mediante el juego, el
niño también desarrolla sus capacidades motoras mientras corre, salta,
trepa, sube o baja y, además, con la incorporación a un grupo se facilita el
desarrollo social, la relación y cooperación con los demás así como el respeto
mutuo. Más aún: al relacionarse con otros niños mediante el juego, se
desarrolla y se perfecciona el lenguaje. Los juegos con los que el niño asume
un rol determinado y donde imita y se identifica con los distintos papeles de
los adultos influyen de una manera determinante en el aprendizaje de actitudes,
comportamientos y hábitos sociales. Tanto la capacidad de simbolizar como la de
representar papeles le ayuda a tener seguridad en sí mismo, a autoafirmarse,
acrecentando, además, la comunicación y el mantenimiento de relaciones
emocionales. Por tanto, la metáfora de Huizinga y el símbolo de Piaget se aúnan
en el juego infantil.
EL JUEGO, EL RECURSO
EDUCATIVO POR EXCELENCIA
Teniendo en cuenta
todas las razones explicadas anteriormente, podemos declarar que «el juego es
el recurso educativo por excelencia» para la infancia. El niño se siente
profundamente atraído y motivado con el juego, cuestión que debemos aprovechar
como educadores para plantear nuestra enseñanza en el aula.
Siguiendo el proceso
evolutivo del niño, debemos contribuir a facilitar la madurez y formación de su
personalidad a través de distintos juegos funcionales que pueden ir ayudando a
que el niño logre su coordinación psicomotriz, su desarrollo y
perfeccionamiento sensorial y perceptivo, su ubicación en el espacio y en el
tiempo.
Todo ello exige un
ambiente propicio no sólo en la clase, sino también dentro del entorno
familiar. Este ambiente requiere espacios, tiempos, material (no sólo juguetes,
sino otros recursos) y la presencia de algún adulto conocedor de su papel.
EL MAESTRO Y SU ROL
EN EL JUEGO EN LA ESCUELA
Nuestro rol como
maestros debe ser de animador del juego o incluso de un jugador más. Si nos
queremos convertir en «directores» del juego, en personas «adultas y serias»,
que mandan, organizan y disponen, jamás lograremos un clima adecuado, donde el
niño se exprese de manera autónoma y libre mediante el juego. Esto no significa
que debamos dejar a nuestros alumnos solos, sino que debemos orientarlos,
darles ideas y animarlos, con el propósito de que, en sus períodos de juego,
los niños encuentren en sus maestros a alguien al que pueden acudir de una
forma algo más distendida. Para ello, el maestro debería tener en cuenta, en su
rol de «animador-estimulador» del juego, una serie de elementos:
1. Diseño de espacios
del juego
El profesor debe
facilitar al alumno las mejores condiciones posibles para el juego y debe ser
capaz de organizar el ambiente del mismo. El espacio ambiental será lo más
seguro, estable y tranquilo que sea posible. El aula se estructurará en
espacios lúdicos que posibiliten el juego espontáneo y libre, el juego en
pequeños grupos y el juego entre todos, siempre con unas determinadas reglas y
propósitos educativos. Además, el niño también necesita jugar y aprender al
aire libre, por lo que tendremos en cuenta las condiciones del patio escolar,
los espacios verdes de la zona donde se encuentre ubicada la escuela, los
distintos espacios culturales de la zona.
2. Materiales para el
juego
Los materiales
lúdicos que van a utilizar nuestros alumnos deben ser estudiados y
seleccionados cuidadosamente. El juguete es una especie de «pretexto» que
debemos tener en cuenta. Seleccionaremos materiales lúdicos que favorezcan el
pensamiento divergente y la creatividad de los estudiantes como pueden ser los
puzles, ábacos, marionetas, cuentos, canciones.
3. Estructuración y
organización de los tiempos de juego
Todo niño debe
desarrollar tanto el juego libre como el juego organizado, debe jugar
individualmente y en grupo. Diversas investigaciones señalan que el juego entre
dos niños dura más tiempo y es más productivo que el individual o el de tres o
más niños; sin embargo, debemos añadir que el juego espontáneo e individual se
enriquece con las aportaciones y experiencias que aporta el juego colectivo.
Por tanto, el maestro debe estructurar y organizar el tiempo para cada
tipo de juego que utilice en su clase.
4. Actitudes del
maestro respecto al juego
El maestro debe procurar
desarrollar una serie de actitudes en su papel de animador del juego. Debe
adquirir una posición de discreción y hábil observador y conductor del juego,
descubriendo las actitudes y capacidades de los alumnos. Esto implicará:
- Una gran capacidad
para aceptar las expresiones y respuestas erróneas del niño, justificándolas,
cuando se produzcan, como algo normal dentro del proceso de maduración y
desarrollo del niño;
- La creación de un
clima relajado sin tensiones y permisivo: el niño debe trabajar en un ambiente
de libertad pero con el firme respeto hacia las normas; no debe sentirse
sometido ni mucho menos obligado. El maestro debe crear una relación amistosa
con el niño, pero siempre guardando las distancias, es decir, teniendo muy presente
que el alumno se tiene que sentir como lo que es y tiene que ver al maestro
como un adulto que se encarga de su educación;
- Una actitud
permanente de escucha y diálogo: el maestro debe mantenerse abierto a todo y a
todos, estando dispuesto a desarrollar la comunicación y comprensión del niño;
- No anticipar las
soluciones: debe dejar que el niño las descubra por sí mismo y estimular al
alumno a que averigüe e invente; de esta manera, la motivación e implicación
del niño en el juego es mayor y el aprendizaje mucho más significativo;
- No acelerar el
desarrollo del juego: se trata de respetar la secuencia del juego. El maestro
no debe instigar al niño a acelerar de forma desmedida su proceso de evolución;
- Ofrecer
posibilidades de éxito: el niño necesita incentivo y aprobación; situaciones
que le permitan mejorar su autoestima, que demuestren al niño de que es un
persona «capaz»;
- La acogida de
preguntas, ideas y sugerencias, ofreciendo al niño oportunidades de ensayar,
experimentar y poner en práctica sus iniciativas.
En suma, debemos
hacer una profunda reflexión sobre el tremendo potencial educativo que poseen
los juegos y cómo éstos son una herramienta fundamental para las actividades de
enseñanza-aprendizaje en la escuela, pues constituyen una de las mejores e
importantes fuentes de aprendizaje motivando a los niños y haciendo que
aprendan sin ni siquiera darse cuenta. Este es todo el sentido de la conjunción
de la cultura y la inteligencia como formas lúdicas que intervienen en el
proceso de enseñanza aprendizaje.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS
ALLER MARTÍNEZ,
Carlos (1991): Juegos y actividades de lenguaje oral: procesos didácticos. Ed.
Marfil, Alcoy.
BERNABEU, Natalia
(2009): Creatividad y aprendizaje: el juego como herramienta pedagógica.
Eds. Narcea, Madrid.
CAMPOS
ROMERA Josefa (1993): Yo juego, ¿y tú?: método de lectoescritura
para niños con dificultades de aprendizaje. Ed. Aljibe, Málaga.
COBURN-STAEGE, Úrsula
(1980): Juego y aprendizaje: teoría y praxis para enseñanza básica y
preescolar. Eds. de la Torre, Madrid.
HUIZINGA, Johan
(1990): Homo ludens. Alianza Ed., Madrid.
PIAGET, Jean
(1991): La formación del símbolo en el niño: imitación, juego y sueño.
Imagen y representación. FCE, México, D. F
Por Eduardo Crespillo Álvarez
¿CÓMO APOYAR A ALUMNOS CON TRASTORNOS ESPECÍFICOS DE LENGUAJE?
El 50% de los docentes asegura tener en sus clases a niños
con trastornos de lenguaje. En este artículo distintos especialistas
recomiendan actividades para tratar los Trastornos Específicos del Lenguaje, TEL.
Nicolás, un alumno de 8 años, con TEL (Trastorno Específico del Lenguaje) Mixto de predominio
expresivo, asistió a una escuela de Lenguaje de los 5 a los 6 años. Cursa
segundo básico en una escuela municipal
de la comuna de Recoleta.
El alumno presenta dificultades en el procesamiento de la
información auditiva verbal, en memoria verbal secuencial y en estructuración
de oraciones complejas. Su vocabulario es restringido en relación con su edad y
grupo de pares. Manifiesta deficiencias en la coherencia y cohesión de su discurso,
es decir, falta variedad léxica, uso de conectores y mantención del tópico.
Mantiene su atención y concentración en las actividades
propuestas. Está consciente de los problemas que presenta en el área de
lenguaje, lo que interfiere en su participación en actividades que requieren
respuestas verbales o exposiciones frente al curso, a pesar de lo cual,
manifiesta motivación hacia el aprendizaje.
Su rendimiento es regular. Presenta una lectura silábica y
una comprensión literal de textos simples. Este caso no es un hecho aislado y
se repite con frecuencia en la sala de clases. Lo importante es que el profesor
sepa cómo trabajar con un niño como Nicolás, para que no quede atrás en relación con sus compañeros.
En primer lugar, hay que recordar que el TEL consiste en un retraso en la
adquisición del lenguaje bastante notorio, de por lo menos uno o dos años
respecto de la edad cronológica del alumno. Esto se traduce en problemas
expresivos (a esto se llama TEL
Expresivo) que consisten, por ejemplo, en dificultad para articular los
fonemas de una palabra. Y también pueden coexistir problemas de tipo
comprensivo y expresivo (TEL Mixto),
en que el alumno no sólo tiene dificultades para pronunciar en forma correcta,
sino para comprender aquello que está leyendo o escuchando.
Seguidamente, en segundo lugar, hay que saber cómo trabajar
con un niño de estas características en la sala de clases. “Los
TEL son de diverso grado y ejercen un impacto
importante durante la educación inicial –explica Amanda Céspedes, neuropsiquiatra
infantil de la Universidad de
Chile-. La relación más directa es con el aprendizaje de
la lectura y suele relacionarse con dificultades para adquirir la
conciencia fonológica. Por lo tanto, es de rigor aplicar adecuaciones
curriculares, en especial modificar el ritmo de exigencias en lectura y
escritura”.
Según Geraldine Gibson, educadora diferencial que trabaja en el proyecto de
integración de la Escuela
Principado de Asturias, en Puente Alto, sostiene que en un caso como el
de Nicolás, que tiene TEL
Mixto, es necesario que la profesora de aula haga una adecuación curricular en
lo metodológico. Pero aclara que esta adecuación no tiene por qué ser
significativa, es decir, no tiene por qué consistir en una modificación de objetivos
o contenidos.
Sin embargo, hay que tener presente que, tal como explica Amanda Céspedes, “suele ocurrir
que un niño con TEL en primero básico deba
trabajar con material de apresto para la lectoescritura (material que se
usa en kínder y que inicia al niño en el reconocimiento
de fonemas, en la asociación fonema-grafema y en los primeros trazos de la
escritura u orientación de las letras), o que un alumno de segundo
básico que recién está decodificando, deba trabajar con material de
primero. Lo mismo ocurre en Matemáticas, ya que los chicos con TEL
suelen acceder tardíamente al pensamiento lógico
simbólico”.
A juicio de Geraldine
Gibson las actividades que podría incluir la profesora de Nicolás –que está en segundo
básico- en la adecuación curricular de este alumno, ella explica que, en primer
lugar, “el currículum del curso tiene que ser flexible y diversificado. ¿Qué
significa diversificado? Que hago un currículum tan rico en experiencias de
aprendizaje que todos aprenden, no importa si un niño presenta o no TEL. Ahora,
en segundo lugar, los niños con TEL requieren metodologías no muy distintas al
resto de los alumnos, pero hay una intención de trabajar todos los niveles
lingüísticos del lenguaje y este foco debe estar presente en cualquier
adecuación curricular”.
En opinión de Verónica Pesse, fonoaudióloga, como de Geraldine Gibson, coinciden en que en cualquier adecuación
curricular hay que poner énfasis en actividades que desarrollen el lenguaje
expresivo, en sus tres niveles: fonético-fonológico (praxis, discriminación
auditiva de fonemas), morfosintáctico (por ejemplo, la construcción gramatical
de las oraciones) y el nivel semántico (aquí se debe estimular el correcto uso
de las palabras y la extensión de vocabulario).
Además, es necesario incorporar actividades que desarrollen
el lenguaje comprensivo en sus tres niveles: fonológico (memoria, asociación y
discriminación auditiva), morfosintáctico (comprensión de absurdos,
completación de oraciones) y semántico (estimular el conocimiento de palabras y
temas, desarrollo de vocabulario pasivo).
“La idea es incorporar los niveles lingüísticos al trabajo
de los subsectores de aprendizaje, es decir, que sean dominio no sólo de la
profesora especialista, sino de los profesores que están en el aula para que
puedan ir trabajando intencionalmente, con el contenido -cualquiera sea, de
cualquier subsector- las habilidades del pensamiento y las habilidades psicolingüísticas
–explica Geraldine-. Eso
para mí es central, porque eso no es receta, eso tiene que ver con el manejo
teórico-técnico de lo que yo requiero para trabajar en el alumno”.
Por ejemplo, en una clase de Comprensión del Medio en
segundo básico, al estudiar los animales y su clasificación, en el libro se
presenta una gran variedad de animales y los niños deben escribir los nombres
de éstos en los recuadros que ya están divididos en acuáticos, terrestres y
aéreos. Como adecuación de la metodología, previo a esto se pueden realizar
variados juegos lingüísticos:
·
La profesora o un niño dice los fonemas del nombre de un
animal y los niños adivinan de qué animal se trata (aquí se trabaja el nivel
fonológico); pueden separar los nombres de los animales en sílabas.
·
Forman oraciones a partir de un animal dado y cambian el
orden de las palabras dentro de la oración formulada (nivel
morfosintáctico).
·
Caracterizan, describen a los animales y le buscan un
atributo (adjetivo). Por ejemplo, el león es valiente y el tigre feroz (nivel
semántico). Además, se establecen semejanzas y diferencias entre pares de
animales.
Estas actividades no sólo benefician a Nicolás, sino a todo
el grupo curso. Otra sugerencia metodológica que podría desarrollar la
profesora de este alumno en clase es trabajar
el discurso narrativo. La profesora cuenta un cuento o los alumnos leen
un cuento y ella dice a uno de ellos: "Ahora, cuéntamelo tú”. Esto tiene que hacerlo
inmediatamente, para que no haya un problema de memoria, y el niño lo relata
con sus palabras. Evoca, aquí está la memoria. La profesora no se fija solamente
en los errores fono articulatorios, también va a analizar cómo evoca, si usa el
vocabulario adecuado para su edad, cómo estructura las oraciones, si logra
identificar que hay un desarrollo en la historia donde hay un conflicto y un
desenlace.
http://www.educarchile.cl/ech/pro/app/detalle?ID=138311
18 COSAS QUE LAS PERSONAS CREATIVAS HACEN DIFERENTE Y QUE LA MAYORÍA IGNORAMOS
La
a creatividad funciona de manera misteriosa, y a menudo, de forma paradójica;
por lo que no constituye un problema por resolver sino algo que se lleva con
bien y que crece a medida que la desarrollamos en el tiempo y el ambiente en
que transcurre nuestra historia personal. Está muy relacionad con nuestro
hemisferio derecho (creativo y emocional).
Es por ello que la creatividad reúne una serie de procesos cognitivos,
neuronales y emocionales, a pesar que aún no se sabe su funcionamiento desde la
imaginación. A continuación presento algunos rasgos propios de las personas
creativas, sin ánimo a clasificar o estandarizar a nadie ni a ningún proceso,
tanto de los que aparecen como los que se omitan:
- Observan todo
- Elaboran sus propios horarios de trabajo
- Se reservan tiempo para su Soledad encontrando tiempo para meditar para luego actuar.
- Aprovechan los obstáculos que se les presentan en sus vidas
- Buscan nuevas experiencias, tanto sensoriales como estados mentales. Pueden pasarse desde lo convergente a lo divergente de las actitudes ante los puntos de vista.
- Se levantan cuando caen, dando más valor a la forma cómo se levantan y las causas de sus propias caídas.
- Hacen grandes preguntas, desde los grandes cuestionamientos de la existencia hasta lo propio y singular de la persona, pasando por ellas mismas.
- Observan a las personas para obtener ideas y posibilidades de los demás para aproximarse y alternar de manera asertiva.
- Se arriesgan
- Ven todo en la vida como oportunidad para expresarse
- Siguen sus verdaderas pasiones, tendencia a mantenerse motivadas de manera intrínseca, es decir, por sus propios deseos que por lo que se esperan de ellas, reconocimientos o recompensa externa.
- Salen de sus propias mentes, es soñar despierto para salir de nuestra propia perspectiva limitada o condicionada, explorando otras maneras de pensar, que pueden ser de mucha ayuda al trabajo creativo.
- Dedican a Perder la noción del tiempo, consiste en perder el tiempo en actividades como escribir, bailar, pintar o expresarse en alguna manera más allá de lo tangible, sensible y común. Además corresponde al desarrollo de actividades a gusto propio sin presiones.
- Desarrollan de la visión estética como la capacidad de apreciar, valorar y disfrutar de lo bello y sublime de los ambientes y de las personas.
- Conectan los puntos, es decir ver las posibilidades ante las limitaciones, y desarrollar loas oportunidades ante la parálisis ante las acciones y decisiones.
- Hacen constantes cambio apostando por la diversidad de posibilidades ante sus experiencias evitando la monotonía y lo mundano.
- Consideran lo trascendente ante lo operante y tangible.
- Tienden a cuestionar los ámbitos que propician la polarización ante una realidad planteada pues no se fían de sus sentidos, ni de los sentidos de los demás; sino que buscan el equilibrio y la ponderación entre las partes.
F J Peroe, 2015
11 RAZONES POR QUE LOS PADRES DE NIÑOS CON NECESIDADES ESPECIALES SON UN EJEMPLO DE VIDA
1.
Porque nunca pensaron que "hacer todo" significaría hacer mucho. Pero
lo hacen todo, por ayudar a los suyos, y demostrarles que no están solos.
2.
Porque han descubierto paciencia, que no sabían que tenían.
3.
Porque están dispuestos a hacer algo 10 veces, 1.000 veces si es necesario para
que sus hijos aprendan algo nuevo...
4.
Porque han escuchado a los médicos que les plantean las situaciones mas
difíciles, y ellos se han negado, a que esto los derrote.
5.
Porque tienen días malos, pero siguen adelante a pesar de las adversidades.
6.
Porque ellos logran obtener de todas las circunstancias de su vida, cosas que
los ayudan a crecer como personas, y que los estimule a seguir aprendiendo.
7.
Porque descubrieron que son fuertes, cuando dudaban que lo fueran, ante estas
circunstancias.
8.
Porque no son sólo mamás, papás, esposas, esposos, amas de casa, choferes,
cocineros y mucho más. También son fisioterapeutas, fonoaudiólogos, psicólogos,
terapeutas ocupacionales, maestros, enfermeras, investigadores, entrenadores y
porristas.
9.
Porque entienden a sus hijos mejor que nadie - incluso si ellos no pueden
hablar, o no los miran a los ojos, ellos lo saben. Sólo lo saben.
10.
Porque justo cuando parece que las cosas van a ir bien, ellos siguen tratando.
Lo hacen incluso cuando parece que sus corazones podrían explotar, o sus ojos
soltar una lagrima.
11.
Porque cuando miran a sus hijos sólo ven a chicos maravillosos, a unos
estupendos guerreros. No observan a niños con Parálisis Cerebral, Autismo,
Síndrome de Down, TDAH, Retraso en el Desarrollo y cualquiera que sea la
etiqueta, que es solo eso, una etiqueta.
De: Autismo Un Mundo
Diferente
(2013
)
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