La pedagogía necesita
de una reflexión profunda no sólo sobre la vida en las aulas, sino también
sobre lo que sucede en el contexto social, histórico y ambiental en el que la
acción y el discurso pedagógico necesariamente se insertan para que la realidad
de la vida entre en las aulas. Hoy es necesaria una pedagogía que se base más
en la importancia del otro, que comience en el otro, en su
existencia histórica; que se pregunte por el otro. No
es posible seguir educando como si nada ocurriera fuera del recinto escolar, o
hubiera ocurrido en el inmediato pasado, desde paradigmas que hoy se muestran
claramente insuficientes, ignorando qué tipo de hombre y mujer y de sociedad se
quiere construir (Ortega y Mínguez, 2008), e ignorando las condiciones
sociales que están afectando a los educandos. Volver la espalda a esta realidad
es tanto como renunciar a educar. No se educa nunca en “tierra de nadie”. Y el
compromiso con el otro, hacerse cargo de él exige asumirlo en toda su realidad
histórico-social-ambiental (Ortega 2010).
La ética como una reflexión sobre el
sujeto desde la diferencia, implica cuyo planteamiento es el problema del “otro”
no como un referente conceptual, sino como una vivencia. Es por ello que la
educación no está desligada de los problemas que afectan a los hombres
concretos, sino que brota de ellos, de su derecho a una vida digna y justa, de
su derecho a decir “su palabra”, la palabra del pasado, de la tradición; la
palabra transformadora del presente, la que desvela la realidad y le permite
descubrir las contradicciones que le impiden ser hombre o mujer, pero también
la palabra del futuro todavía no dicha, la palabra de la esperanza.
Seguidamente, Arendt, (1996) dice que “Educar es un “acto de
amor” por lo que la educación es el punto en el que decidimos si amamos al
mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de
la ruina que, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos
y los jóvenes, sería inevitable.
A sí mismo, construir
una pedagogía del “ Nos-Otros” es la posibilidad del encuentro en la complicidad
emocional desde la necesidad de ser, conocer, hacer y convivir con otros en
medio de contextos curriculares que promuevan las oportunidades como
potencialidades de cada persona mediante el ejercicio de reflexión pedagógica
transformadora.
En contraste la tentativa de
paralizarse en las travesías de este país anestesiado por el miedo, que padece
de sordera y no siente vergüenza ante la “mirada del otro”, que impone el cinismo
como principio de actuación −cinismo que se rige más en función de una ética de
las intenciones que de las consecuencias−. La pedagogía del “Nos-Otros” es la actualizar
la presencia de Freire en su poder simbólico, pedagógico, político y ético, que
nos convoca a pensarnos en este país de la incertidumbre y el desasosiego para
poder resistir tanta desesperanza junta y construir un “nosotros” desde
actuaciones más receptivas y acogedoras.
A juicio de Freire (2006) sostiene
que la existencia en tanto humana no puede ser muda, silenciosa, ni tampoco nutrirse
de falsas palabras, sino de palabras verdaderas con las cuales los hombres
transforman el mundo. Existir humanamente es pronunciar el mundo. Los hombres
no se hacen en el silencio, sino en la palabra, decirla no es privilegio de
algunos, sino derecho de todos los hombres. El diálogo es este encuentro de los
hombres, mediatizados por el mundo, para pronunciarlo. Ahora bien, la comunidad
como tal, es un nuevo ser distinto de la sumatoria de sus componentes. Este es
su peculiar carácter y, por lo tanto, desde un punto de vista pedagógico, no
basta tener en cuenta el proyecto personal de vida de cada uno de sus integrantes,
es necesario enfocar la educación de la comunidad en cuanto comunidad.
Estas consideraciones son
fundamentales ya que a veces olvidamos el agendar en la diversidad de proyectos
y actividades escolares la necesidad de “trabajar” la dimensión comunitaria. Según Marcel (1961), aquel gran filósofo existencialista sabía decir, cuando se refería
al matrimonio, que éste era “la síntesis amorosa del yo y el tú, de manera tal
que ya no somos yo y tú sino nosotros, sin dejar de ser yo y tú”. Lo que está
diciendo es que para “ser nosotros” no basta con un excelente yo y un excelente
tú”. Es más, estos “dos excelentes” pueden hacer un desastroso “nosotros” si
éste no es educado como tal.
Es por ello que surja la necesidad
de aproximar una conceptualización sobre
alteridad que apalanque los valores desde la identidad hacia el servicio
al otro basado en un ambiente emocional que propicie una comunidad humanizante.
Del latín alterĭtas, alteridad es la condición de ser otro. El vocablo altere refiere al “otro” desde la perspectiva del “yo”. El concepto de alteridad, por
lo tanto, se utiliza en sentido filosófico para nombrar al descubrimiento de la
concepción del mundo y de los intereses de un “otro”. Esto quiere decir que la
alteridad representa una voluntad de entendimiento que fomenta el diálogo y
propicia las relaciones pacíficas. Cuando un hombre judío entabla una relación
amorosa con una mujer católica, la alteridad es indispensable para entender y
aceptar las diferencias entre ambos. En cambio, si se registra una escasa
alteridad, la relación será imposible ya que las dos visiones del mundo sólo
chocarán entre sí y no habrá espacio para el entendimiento.
De lo dicho, se pueden plantear las
siguientes proposiciones:
a) No se puede educar sin amar porque quien sólo se busca a sí mismo o se centra en
su yo, es incapaz de alumbrar una nueva existencia.
b) El educador es un amante apasionado de la vida que
busca en los educandos la pluralidad de formas singulares en las que ésta se
puede construir
c) El educador es un escrutador incesante de la
originalidad, de todo aquello que puede liberar al educando de la conformación
al pensamiento único.
d) Educar es ayudar a inventar o crear modos “originales”
de realización de la existencia, dentro del espacio de una cultura, no la
repetición o clonación de modelos preestablecidos que han de ser miméticamente
reproducidos y que sólo sirven a intereses inconfesables.
e) Educar es ayudar al nacimiento de algo nuevo, singular, a la vez que
continuación de una tradición que ha de ser necesariamente reinterpretada.
En la mejor de sus formas, escribe
Steiner (1998, 155), la relación maestro-alumno es una alegoría del amor
desinteresado”. Por lo que la pedagogía del “Nos-Otros” se inserta en un
proyecto ético y político en el que la acción pedagógica se propone como
relación con el otro basada en la responsabilidad y en recogimiento del otro
como acción solidaria. Para estos tiempos, esta propuesta requiere producir la comprensión
del otro desde prácticas reflexivas (emocionalidad, cognición y comportamiento),
hermenéuticas (autonomía) y de compromiso (corresponsabilidad), en ese sentido
la pedagogía introduce el cuidado formativo del otro, siendo una pedagogía de
la solicitud, una pedagogía humanizante, una pedagogía de la alteridad. ¿Sería
posible encausar una transformación educativas desde la pedagogía del “Nos-Otros”
desde la Diversidad y la Inclusión?
Fuentes:
“Revista Virtual
Universidad Católica del Norte”. No. 35, (febrero-mayo de 2012, Colombia),
acceso: [http://revistavirtual.ucn.edu.co/], ISSN 0124-5821 - Indexada
Publindex-Colciencias (B), Latindex, EBSCO Information Services, Redalyc,
Dialnet, DOAJ, Actualidad Iberoamericana, Índice de Revistas de Educación Superior
e Investigación Educativa (IRESIE) de la Universidad Autónoma de México.
Ortega Ruiz, Pedro. Facultad de
Educación. Campus Universitario de Espinardo. Universidad de Murcia, 30100.
Murcia. Fax: 34 68 364146; E-mail: portega@um.es.