Deseo hacerte llegar estas líneas a ti y a tus compañeros. La semana
pasada entraste a la escuela donde trabajo para sustraer aparatos
electrodomésticos y la computadora de la dirección; además de romper la
protección de la ventana donde tú y tus cómplices lograron entrar y sacar lo
que conseguiste para tu beneficio.
Te voy a explicar sobre la escuela y lo que sucede ahí todos los días
para que sepas a quienes robaste. La escuela donde trabajo es una Escuela
Especial pues ahí van estudiantes con necesidades educativas especiales a hacer
realidad sus sueños. Estos niños y jóvenes son los que llaman en los barrios
“los loquitos” o “los enfermitos”, y en otros lugares los llaman
discapacitados. Pero lo crucial es que son esas personas que se hacen
merecedoras de la ternura y el cariño de todas las personas, hasta del Pram más
peligroso de cualquier cárcel venezolana dejaría a un lado su fusil para
acariciar la cabeza de cualquiera de estos muchachos. Y posiblemente tu hasta
hayas sacado ese ser humano tan especial que hay en ti al tropezarte con uno de
ellos.
Además, ese día cuando vimos sorprendidos tu visita por la escuela,
celebramos un oficio religioso padres, representantes, docentes,
administrativos y obreros, todos unidos en oración porque estábamos de
cumpleaños de nuestra escuela. No pedimos que te lincharan ni que te hicieran
daño, al contrario pedimos a una voz que el tesoro que albergamos en nuestra
escuela, nuestros estudiantes especiales, siempre cuenten con personas buenas
que les amen y que le tiendan las manos en una sociedad humanizada pero
convulsionada por la Violencia, la cual nos involucra y afectan a todos,
incluyéndote a ti amigo.
Sin embargo, esa mañana cuando llegué a la escuela en medio del oficio
religioso, tomé una silla y me senté sin percatarme de lo sucedido. Solamente
ocurrió un detalle, amigo ladrón, fui sorprendido por la mención de mi nombre en
voz alta y con un fuerte abrazo de uno de mis estudiantes que irrumpió la
celebración y como buenos docentes y padres suspiramos de esperanza, vimos un
mundo mejor, sentimos la fuerza para seguir adelante, y nos sentimos vivos. Es
decir, lo que nos quitaste en lo material y momentáneo, no nos lo pudiste
quitar en lo espiritual y trascendental. Por cierto, mi estudiante se llama
Jesús, y él me recuerda todos los días, junto con Juan, Tomás, Willy, Yonn y
Viky, que en la vida no hay tesoro más hermoso que la sonrisa y el abrazo de un
niño cuando se le enseña porque se le
ama.
Queda otra cosa, amigo ladrón, la escuela donde trabajo tiene las
puertas abiertas a todo niño, niña y adolescente con necesidades educativas
especiales; así que si conoces a alguien, tienes un familiar o un hijo que nos
necesites sabes dónde encontrarnos. Ojalá podamos tener todas las comodidades:
aires acondicionados, cancha deportiva techada, sala de informática, comedor
nutricional y un parque donde jueguen, se recreen, estudien y aprendan a
celebrar la vida para sostener el encuentro entre nosotros con lo más hermoso
de nuestra humanidad, la discapacidad.
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